He estado pensando en las personas que roban poesía a otras personas. A mí esto me enfada mucho, más de lo que esperaba, y he hecho esta reflexión:
El crimen de robar poesía no está solo en el hecho de robarla, sino en pretender regocijarte en la belleza de las palabras por su simple forma. Al separar el poema de su autor, y por tanto, de los sentimientos originales de los que sale ese texto, estás convirtiéndolo en algo hueco y sin sentido. Sacándolo de contexto, lo desnudas de su significado y lo condenas a ser admirado únicamente por su carcasa, estando en realidad hueco por dentro.
El crimen de robar poesía se convierte entonces en doble crimen: el primero, robar la poesía; el segundo, matarla.
De esta reflexión se desprende otra conclusión. Aquella poesía que no venga desde dentro no puede ser considerada poesía. Aquella que no tenga alma y solo se sostenga en bellas palabras sin significado no merece el título de poesía. Aunque no hayas robado esas palabras, si las estás creando con el único objetivo de mostrar una imagen que no es, tú tampoco puedes llamarte poeta. Un poeta no es solo aquel que sabe utilizar las palabras y embellecer el lenguaje, tiene que expresar algo, tiene que transmitir un sentimiento real (al menos en ese momento), para así llegar a las personas.
Eso no significa que no se puedan explorar sentimientos imaginarios. Creo que la poesía (y la escritura en general) nos permite justo eso: ahondar en diferentes sensibilidades, sentimientos y situaciones, aunque no hayan pasado, y de esa forma ser capaz de ponerte en ese lugar y experimentarlo de alguna forma. Y luego escribir sobre ello. Es esa cualidad de la poesía de ser intensa lo que obliga a que lo que se escribe deba ser algo que salga del corazón. Aún cuando no lo hayamos vivido, tenemos que sentir que sí lo hemos hecho.
Cuando yo deje de escribir desde el corazón, cuando la poesía deje arderme en el pecho y sea simplemente palabras vacías para un público, dejaré de llamarme poeta.
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